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2 de abril de 2019

Dar vuelta el partido

*Por Fernando Vergara
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Relatos, ilustraciones y fútbol.

- Antes de que me llamaran, tenía todo bajo control. Jugaba al fútbol en Los Andes y soñaba con tener alguna oportunidad en alguno de los grandes de Rosario. Me gustaba entrenar y cuidarme para alcanzar esa meta. No tomaba, no fumaba, las drogas no existían aún, al menos en Ramallo… Tenía que aguantarme las cargadas de mis amigos cada vez que les decía que no, cuando me ofrecían una cervecita o un faso. “Dale cagón. Igual te vas a morir”, me jodían. Y pensar que ahora…
- ¿Y sus padres?
- Mis padres solían ponerme de ejemplo en todos lados: “Claudio es feliz jugando al fútbol. Los sábados lo ponen en Séptima, Sexta y Quinta y termina reventado. Llega a casa, come algo y se acuesta a dormir hasta el otro día”. Mis amigos se cansaron de irme a buscar para salir. “Su hijo, cuando no pueda jugar más al fútbol se va a querer morir”, le comentaban a mi vieja. “El fútbol es lo que le da vida a Claudio”, respondía ella orgullosa.
Una imagen se derritió en mi pensamiento e interrumpió mi relato. Me acaricié el mentón hacia abajo y advertí que no me había afeitado. La enfoqué con mis ojos y continué:
- Terminé la secundaria siendo elegido primer escolta. “Una pena que quieras estudiar Educación Física”, repetían mis profesores. “Con lo inteligente que sos podrías pensar en una carrera mejor”, agregaban subestimando mi vocación y mi capacidad de elegir. Más cosas en contra me decían, más razones encontraba para ingresar al Profesorado. Jose también quería ser profe de Educación Física y empezamos a andar de novio cuando íbamos a 5°. Durante ese año me fui a probar a Central y me habían dicho que tenía que volver a presentarme.
- ¿Y?
- Nada. Esa mañana todos estábamos pendientes de la radio. No me pregunte qué, pero no tenía un buen presentimiento. Mi cuerpo me mandaba mensajes negativos que se contradecían con mi espíritu optimista. Cuando el tipo cantó las tres últimas cifras de mi DNI…
Las lágrimas inundaron mi discurso y me impidieron continuar. Ella me acercó una caja de pañuelos descartables que tenía sobre una mesa ratona que nos separaba. Sin decir nada se limitó a esperarme.
- Cuando regresé, ya nada fue igual. Miraba fútbol por televisión. Qué más podía hacer. Un día me crucé con un pibe de San Nicolás que se había ido a probar en la misma época y me dijo que el técnico que nos había dejado, le había preguntado por mí. Qué iba a saber él.
De Los Andes vinieron varias veces a convencerme pero no quise darle lugar a la lástima. Siempre había sobresalido en los trabajos físicos y me resistía a que alguien me viera así como estaba. Ofrecieron llevarme a un médico muy capo de Rosario pero yo no quise saber nada. Qué me iba a hacer.
Mis viejos me preguntaron si quería entrar al Profesorado. Los mandé a la mierda. Qué tarado, por Dios. Cómo pude hacer eso. Años más tarde, ambos se fueron en el mismo mes. 
Jose se recibió y me bancó lo que más pudo. Hasta que un buen día le solucioné el problema y le dije que se fuera. Soy una basura. Ella me amaba y estoy seguro de que si yo no le hubiese insistido, estaría a mi lado hasta el día de hoy. Llegué a maltratarla con las cosas que le decía con tal de que me dejara solo. Solo como un perro. Solo como estaba allá. Solo como me habían hecho sentir allá. Solo contra ellos. Solo contra el mundo. Solo con mi vida. 
Cada vez que decía la palabra solo, pegaba un puñetazo en el sillón.
- Le juro que si Jose no hubiese formado la familia que formó, voy corriendo a buscarla y a decirle que nunca he dejado de amarla. Pero pienso y me castigo diciéndome: “Si ni correr podés. ¡Dónde vas a ir, lisiado!” Me pongo a chupar, porque allá, con el frío de mierda que hacía y con el cagazo que teníamos, era lo único que podíamos hacer. Junto coraje y vuelvo a querer ir a gritarle: Jose, sos la única que me puede ayudar. Pero pienso y me castigo diciéndome: “¡Dónde vas a ir, borracho!”
Entonces, cómo no los voy a odiar si me cagaron la vida literalmente. Pero yo no los odio a ellos. Odio profundamente y con toda el alma que me queda, ¡a los nuestros! A ese puñado de hijos de puta que nos llevó al culo del mundo. ¡Pará qué mierda! ¿Me puede decir? A quién íbamos a matar nosotros si no teníamos idea cómo hacerlo. Jamás había tenido un arma en mi mano. ¡A esos odio! A los nuestros. A los que jugaron con nuestra vida. Ni siquiera tuve la suerte de morirme. Si hubiera sido uno más de los casi mil que se murieron…
Volví a quebrarme. Escuché el ruido del ascensor que se detenía en el mismo piso y alguien bajaba. Las dos vueltas de llave me martillaron la cabeza. 
- Eso siento, ¿ve? El ruido más insignificante me hace sangrar los oídos y me pone en estado de alerta. Siento que esa persona que está afuera nos va a venir a atacar y empiezo a desesperarme. Y me irrito. Y si me estoy por dormir, ya no duermo. Y si estoy durmiendo me sobresalto con una pesadilla dolorosa, punzante e inexplicablemente real. Parece que el Belgrano está dentro de mi habitación. Y los gritos, los disparos, los mirage…
A medida que iba contando, mi voz se tornaba más enérgica, mis ojos comenzaban a desorbitarse y mi expresión se iba transformando en peligrosa.
- Si por lo menos hubiera podido volver a jugar al fútbol. Le juro por Dios… Créame lo que le digo- supliqué sollozando-. Le juro por Dios que si hubiera podido volver a jugar, aunque sea en Los Andes nomás, olvídese de Central, yo hoy sería Profe de Educación Física, estaría casado con la Jose, tendríamos hijos, trabajaríamos juntos quizás…- lloré más todavía- Y ni mis viejos se hubieran muerto- afirmé-. Se lo juro, Alicia. Ni mis viejos se hubieran muerto- repetí culpógeno. No soportaron verme así. Yo los maté, Alicia. ¿Se da cuenta? Yo y esos hijos de mil puta que nos mandaron a jugar a los soldaditos mientras ellos borrachos y cagados de risa buscaban perpetuarse en el poder. ¡La reputísima madre que me re mil parió!
Una sensación de alivio se apoderó de mí cuando me escuché putear. Era la primera vez que podía hablar con alguien de esta manera. ¿Por qué había venido? ¿Por qué me había animado a romper una rutina de soledad y encierro que llevaba más de 30 años? ¿Por qué le estaba contando a ella lo que nunca fui capaz de contarle a nadie? Sin tener claridad acerca de las respuestas a estos interrogantes, remonté las gotas que pretendían escaparse de mi nariz y reanudé:
- Jose armó un equipo de Fútbol Femenino. Todas chicas del Barrio La Laguna. Los Andes le presta las instalaciones para entrenar tres veces por semana. Tiene un fin más que nada social pero por lo menos las aparta de todas las boludeces que hoy existen. El otro día vino y me preguntó si quería ayudarla.
Alicia, escribió algo en su cuaderno. Observó el reloj de pared ubicado estratégicamente detrás de mí y a medida que se fue parando sugirió:
- Dejémoslo hasta acá por hoy, Claudio. Nos vemos en la próxima sesión.

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