Correo Lectores
El sábado por la tarde, exactamente a las tres de la tarde, mi hijo junto a dos de sus amigos decidieron ir a pescar, actividad sana, divertida, propia de esta zona. Muy merecidas vacaciones habían comenzado, estudia en Capital y no es fácil para un joven de pueblo acostumbrarse a una ciudad tan imponente, veloz y habitada como lo es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Cursa en la UBA, porque cuando le pregunté dónde quería estudiar, me respondió que teníamos una de las mejores universidades de Latinoamérica y además pública, no la podíamos desaprovechar. Luego de un largo cuatrimestre, aprobó todas las materias que había decidido cursar, se merecía ir a pescar junto a sus amigos. Sin embargo, vivió esa tarde uno de los momentos más incómodos de sus últimos años. La policía de su ciudad, Villa Ramallo, los paró, los revisaron y los detuvieron en la vía pública por un tiempo, que quizás no llegue a precisar porque hay tiempos que pueden durar siglos cuando la experiencia que se vive es tan desagradable.
¿Qué es esto?, interrogó uno de los policías, resaltadores que uso en la facultad, respondió mi hijo. Lo miraron con otros ojos, y me atrevo a decir con más respeto, porque además no llevaba gorra como sus dos amigos. Sus amigos hacen changas, están finalizando la secundaria, tienen grandes sueños y hermosos valores. El problema está en los adultos que, debiendo ser sus mejores referentes, se encargan de desilusionarlos, porque cuando se mira a los jóvenes con desconfianza, con prejuicios, con falta de empatía, es cuando logramos que no se sientan valorados, ni escuchados, ni respetados.
La empatía es necesaria, nuestros jóvenes son personas con derechos. No los atropellemos, tratémoslo con el respeto y la amabilidad que las instituciones proclaman tener. Explíquenles, enséñenles, que se sientan seguros y cuidados frente a un grupo de policías. Que no tengan miedo o se sientan desprotegidos sin saber qué decir porque no conocen qué reacción puedan tener. Porque esas tres personas No tienen poder, tienen autoridad y la autoridad se construye, cada día, con ejemplos claros, con educación.
Hannah Arendt afirmó en unos de sus libros: “La esencia del pensamiento…no es el conocimiento, sino el que distingue entre el mal y el bien, entre lo bello y lo feo; y lo que yo busco es que el pensar dé fuerza a las personas para que puedan evitar los desastres en aquellos momentos en los que todo parece perdido”… Sus palabras dan luz a mis ideas, No desalentemos a nuestros jóvenes, no los subestimemos, no vulneremos sus derechos, actuemos con respeto, con empatía porque son generaciones que nos demostrarán que saben más sobre la libertad que mucho de nosotros que la confundimos con una mala palabra.
Sé que no todo está perdido, porque tres jóvenes, a las tres de la tarde de un soleado sábado tienen ganas de ir a pescar y a disfrutar de las pequeñas cosas. Sé que puedo denunciar lo que para mí es una vulneración de derechos, y sé que puedo seguir diciéndoles a muchos jóvenes, no permitan que se los arrebaten.
María José Sánchez. DNI: 23607941